Esta expresión manifiesta el firme propósito de una persona de iniciar, continuar o perseverar a toda costa en lo ya comenzado, a pesar de los obstáculos que puedan presentársele. Se usa también como expresión de coraje y valor, para infundir ánimo o estimular a alguien que intenta hacer o proseguir algo, sobre todo cuando se trata de un proyecto muy difícil, arriesgado, que exige mucha reflexión o que parece imposible de llevar a cabo; ante un esbozo de desfallecimiento o abandono.
En realidad la expresión original era “¡Adelante con los faroles, que atrás vienen los cargadores!” y está relacionada con las antiguas procesiones españolas, en las que iban adelante los encargados de iluminar con faroles, antorchas o cirios y luego los cargadores o costaleros, que eran quienes llevaban la imagen de la Virgen o el Santo que se veneraba. Parece ser que el dicho tiene que ver con la organización de las procesiones, en las que abren el desfile los portadores de los faroles o antorchas que iluminaban el camino ya que, en muchas ocasiones, los caminos no se encontraban en perfectas condiciones por lo que se animaba a los portadores a iluminar el camino y abrir paso a los porteadores. Se usaba para insuflar ánimo para salvar algún obstáculo o a superar el cansancio, continuando la marcha, o bien a olvidarse de cualquier pendencia o distracción que les pudiera apartar del motivo o el itinerario de la procesión. De este ámbito más restringido, la frase pasó a uno más general, utilizándose comúnmente como interjección de ánimo ante cualquier signo de desfallecimiento o abandono en cualquier acción. Hay quien ve en esta expresión una relación con otra ("Acabar como el rosario de la aurora") que comentaremos más adelante y que hace referencia a una pelea a farolazos al coincidir dos procesiones en una calle estrecha y querer pasar los primeros al no
haber acuerdo alguno.
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