Usamos este refrán para amenazar a quien nos la ha jugado, que la vida da muchas vueltas y que el que la hace hoy la pagará mañana. Es decir, para advertir que ya tendremos oportunidad de desquitarnos de los agravios recibidos o de pagar con la misma moneda a quien nos la ha hecho. También tiene otro sentido para avisar que si alguien nos niega su ayuda, cuando nos necesite seremos nosotros quienes no le haremos el favor que nos pida. Aunque este otro sentido no está respaldado por la mayoría de expertos e historiadores.
Su origen tiene que ver con los arrieros, unas personas que existieron durante el Siglo XIX y principios del XX, en el mundo rural. Se ganaban la vida llevando mercancías de un lugar a otro mediante animales de carga. La etimología del término proviene del vocablo “arre” que es la exclamación con las que se alentaba a los animales a echar a andar o aligerar el paso. Llevaban mercancías, en animales de carga, de una población a otra, con el propósito de venderlas a comerciantes o en el mercado del lugar y la competencia entre ellos solía ser grande.
Había ocasiones en que algún arriero, tramposo o envidioso, se valía de engaños para que otros no vendieran o cerraran un trato; y como sabían que los problemas no debían tratarse en público para no perjudicar futuras transacciones, arreglaban sus afrentas lejos de las poblaciones, utilizando, en tono de advertencia, la expresión ‘Arrieros somos y en el camino andamos’, queriendo decir que ya tendrían ocasión de ajustar cuentas o ya se presentaría la oportunidad de vengarse.
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