Esta locución se usa para indicar que alguien está autorizado para resolver un determinado asunto según su propio criterio y con total libertad. Es decir, que puede obrar como le plazca por la consecución de algún fin, aunque éste sea alcanzado de manera poco ortodoxa o aparentemente inapropiada.
Esta expresión parece tener su origen en los documentos en blanco que, firmados y sellados, entregaban determinadas autoridades a sus protegidos o sirvientes de gran confianza, con objeto de que ejercieran algún cargo o actividad en su nombre. Otra interpretación es aquella que procede de determinado tipo de juegos de cartas, en los que la carta blanca, es decir, aquella que no tiene ninguna figura, sirve como comodín, o sea, que el jugador que la posee puede asignarle el valor que desee, de tal forma que la puede usar y combinar como mejor interese o convenga a su juego. No se descarta, tampoco, su procedencia de la actividad del espionaje y de la intriga entre países, que, en otros tiempos, solían disponer de agentes especiales que necesitaban autorizaciones para llevar a cabo determinadas acciones, autorizaciones que podían ser salvoconductos para pasar a otro país en circunstancias peligrosas.
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