Empleamos este modismo para manifestar que estamos conformes con el resultado final de algo que, sin ser muy bueno, es mucho mejor de lo que se esperaba o presentía, o no todo lo negativo, malo, desfavorable o adverso que cabría suponer o podía haber llegado a ser, sobre todo porque sabemos que el resultado podría haber sido peor.
El origen de esta locución hay que buscarlo en las tradiciones judeocristianas, en las que los fieles solían pedir el favor divino ante alguna adversidad o agradecían la suerte o las buenas actuaciones de los dioses participando en ceremonias en las cuales se golpeaban el pecho con un canto (piedra) en la mano. De ahí que antaño el dicho fuera darse con un canto en el pecho. Este gesto se exageró tiempo después, cambiando pecho por los dientes para hacer más efectiva y enfática dicha expresión, debido a que en los dientes dolía más y se entendía que el agradecimiento era mayor.
La costumbre, en cierto modo, pervive hoy en la liturgia católica cuando los fieles entonan la oración del mea culpa, como señal de arrepentimiento, ésta se acompaña con tres golpes leves en el pecho que se hacen con la mano, en señal de penitencia. También la podremos encontrar en algunas procesiones de Semana Santa, ya que existe la figura del penitente, la persona para purgar sus pecados o para suplicar un favor se flagela hasta causarse heridas.
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