Esta expresión se usa para referirse a la última, inútil y vana actitud de protesta que adopta el que se siente defraudado en sus derechos o aspiraciones. Lo hace para expresar su desacuerdo, ya que se siente defraudado y ese acto representa una forma de desahogo.
Hay dos posibles orígenes que, tradicionalmente, se citan para explicar el origen de esta singular expresión: por un lado, en la Universidad de Salamanca, se dice que los alumnos con menores recursos tenían que acudir pronto a las aulas para calentar los asientos de sus compañeros más adinerados, de modo que, al comenzar la clase magistral, los pobres les cedían a los ricos el uso de aquellos bancos, ya templados, mientras que ellos debían sentarse en el fondo sobre unos pupitres muy fríos, teniendo que patalear para entrar en calor. De igual manera los seminaristas del viejo convento de Santa Bárbara en Ávila, hace varios siglos, le pedían a su superior que les permitiera saltar un rato, esto es, patalear, para quitarse el frío de los pies. Por otro lado, en la Universidad de Alcalá se cuenta otra versión: cuando un alumno tenía que realizar un examen oral ante un tribunal, sus compañeros –sentados en los laterales– tenían derecho a patalear su intervención para ponerle nervioso con el objetivo de que suspendiera y lograran eliminar a un oponente. A estas acciones se les denominó “derecho al pataleo”.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada