Es una locución que se usa para indicar que alguien se ha relajado, descuidado, dejado, ha bajado la guardia o ha dejado de esforzarse después de haber conseguido algún éxito u objetivo en una actividad, previamente iniciada. La persona no sigue avanzando porque piensa que esos logros obtenidos satisfacen y/o generan confianza de éxito y son ya para siempre. Suele usarse en los ámbitos educativo, laboral o deportivo, entre otros.
Su origen lo encontramos en la antigua Grecia, en concreto en los llamados Juegos Píticos que se celebraban en Delfos y que tenían por costumbre coronar al vencedor de los juegos con una corona de laureles. Los Olímpicos se celebraban en Olimpia. Aunque ambos se celebraban cada cuatro años. En los de Olimpia los vencedores eran obsequiados con coronas de olivo, a diferencia de los de Delfos que eran de laurel. Dicha distinción provenía de la leyenda de la mitología griega en la que Dafne fue transformada en un laurel y pasó a convertirse en el símbolo más preciado de distinción que se le entregaba a las personas más relevantes. Cuando aquellos atletas no volvían a ganar los juegos ni destacar en ninguna de las pruebas, se decía que se habían dormido en los laureles (de su corona).
Esta tradición continuó en la Antigua Roma ya que se tenía por costumbre agasajar a sus ciudadanos más ilustres y destacados (poetas, filósofos, deportistas, militares y políticos). Era tal el valor simbólico que tenían estas coronas de laurel que incluso algunos líderes y emperadores se las auto otorgaban y las llevaban puestas en su cabeza.
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