Este refrán lo usamos para expresar que se debe hablar con sinceridad, diciendo lo que sea llanamente y sin rodeos. Invoca a la franqueza y a la necesidad de hablar con claridad sobre las cosas y se exige a las personas hablar de manera directa y sin rodeos.
El origen de este refrán castellano es difícil de precisar, muy probablemente esté ligado a la liturgia católica, donde el pan y el vino eran elementos básicos de la comunión. Viene del tiempo en que Lutero y Calvino discutían sobre la eucaristía. Ellos no creían en la transubstanciación, según la cual el pan se convierte en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Opinaban que el pan es pan y el vino es vino, en otras palabras, sólo son símbolos del cuerpo y la sangre de Jesús. No hay necesidad de llamarlo de otra manera, es decir hay que llamar a las cosas por su nombre “al pan pan, y al vino vino”.
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