LIARSE LA MANTA A LA CABEZA

Esta expresión significa tomar una decisión precipitada, sin pensarlo demasiado o actuar de modo irreflexivo (sin tener en cuenta los posibles peligros, ni la opinión ajena). Describe un acto impulsivo, poco meditado, incluso irracional adoptando, con cierta dosis de temeridad, una actitud de arrojo y lanzarse sin rodeos a realizar una aventurada acción determinada.

Hay varias teorías que explican su origen. La primera se refiere a que en la Edad Media los soldados cuando iban a asaltar un castillo se ponían mantas en la cabeza para protegerse la cabeza y la espalda de las flechas, piedras, aceite caliente u otros proyectiles que desde arriba les lanzaban los defensores. Como el invento no era demasiado efectivo, quedó la expresión “liarse la manta a la cabeza” como sinónimo de un acto arriesgado que no se ha pensado bien. Otra teoría se refiere a Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid. Seguramente esta expresión fue acuñada durante la Batalla de Cuarte (1094) a causa de una estrategia que se usó. La ciudad estaba sitiada por los almorávides y no iba a poder resistir mucho más, así que decidió tender una emboscada al enemigo: durante una noche de niebla espesa, envió un pequeño destacamento a hacer una incursión por el norte, mientras que por el sur, y aprovechando la poca visibilidad, ordenó al grueso del ejército que se liaran los mantos a la cabeza, como si fueran turbantes, de tal manera que parecieran almorávides, y que atacaran sin mirar hacia atrás. Aunque era probable que la artimaña funcionara por la poca visibilidad, no dejaba de ser una misión tan desesperada como arriesgada. Finalmente, la estratagema consiguió confundir al enemigo y las tropas del Cid ganaron la batalla, aunque las bajas fueron muy numerosas, por lo que la expresión comenzó a utilizarse como sinónimo de un acto aventurado e irreflexivo.