Esta expresión la utilizamos para referirnos a alguien que llora mucho o que lo hace de manera desconsolada y con gran aflicción.
Aunque hay gente que piensa que esta expresión guarda relación con una magdalena mojada en leche, nada tiene que ver con eso. En realidad esta locución hace referencia a María Magdalena, cuyo nombre evoca a su lugar de origen, Magdala, y que aparece en diversos relatos del Nuevo Testamento y Evangelios Apócrifos. Esta discípula de Jesús de Nazaret fue una mujer conversa, salvada de ser lapidada por éste ya que la acusaron de adúltera. Estuvo presente en varios momentos de la vida de Cristo, entre ellos, la crucifixión, donde lloró amargamente la muerte del Mesías. Incluso tres días después, aquel mar de lágrimas le impedía ver a Cristo resucitado. Tuvo gran protagonismo en el cristianismo primitivo, de hecho se la considera la primera entre las mujeres que seguían a Jesús e incluso algunas hipótesis la presentan como su mujer o su compañera sentimental además de su discípula. Por su condición de pecadora arrepentida la iconografía la representa siempre llorando.
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