Esta frase se dice cuando alguien habla con tal suficiencia que no admite que nadie le corrija o le discuta ni la más mínima cosa. También se suele pronunciar con cierta ironía en forma de réplica al que presume de llevar siempre la razón o simplemente para burlarse de los que siempre pretenden llevar razón hablando como si fueran a sentar cátedra.
A ciencia cierta no se sabe ni quién fue Blas ni qué origen tiene la frase; pero la creencia más generalizada es que se trata un señor feudal llamado Blas que se distinguía por su carácter avasallador, cuando dos de sus vasallos tenían algún litigio, acudían como era preceptivo ante su señor y éste, como era natural, fallaba a favor de una de las partes. La parte desairada protestaba casi siempre, y el señor, indignado, ordenaba retirar al que protestaba, quien lo hacía, diciendo entre dientes la frase en cuestión. Desde entonces se popularizó la frase.
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