Esta expresión la usamos cuando se muestra toda la capacidad, todo el empeño y todas las fuerzas que se tiene, hasta lograr algo determinado. Y para ello se usa la máxima energía que se tiene, se hace con mucha decisión, con ahínco, con mucha entereza y sin descansar ni ahorrar ningún esfuerzo.
El origen de esta expresión nace de una vieja costumbre rural: los típicos pulsos que dos personas echaban para medir sus fuerzas. Para ello se sujetaban por las manos hasta que se tumbaba el brazo del oponente, que quedaría doblado al tocar en la mesa. Al quedar ese brazo, en sentido figurado “partido” sobre la mesa, se comenzó a decir que se luchaba de verdad con un gran esfuerzo cuando se vencía como en un pulso. En ocasiones sí que podía resultar el brazo partido literalmente, pues la idea era luchar hasta que uno de los contrincantes partía el brazo del otro. De todos modos, el hecho de que no hubiesen armas de por medio, o violencia, lo hacía más digerible.
Esta expresión está relacionada con otra similar: “No dar el brazo a torcer”.
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