Esta sentencia se emplea para aludir a quienes se han visto obligados a abandonar su tierra natal porque no son apreciados o reconocidos en sus propios lugares de origen, ya que en ellos no pudieron disponer de los medios apropiados. En muchas ocasiones esas personas han conseguido su esperado y merecido reconocimiento en otro lugar o lejos de su entorno más íntimo. Y a pesar de eso, siguen sin ser admiradas y respetadas. Con ello se da a entender que no se nos valora adecuadamente en el lugar en el que vivimos ni somos lo suficientemente admirados por quienes nos rodean, por lo que muchos se han visto obligados a abandonar su tierra natal precisamente para conseguir en otro lugar lo que se la negado en el suyo: la posibilidad de desarrollar sus aptitudes.
La expresión procede de un pasaje del Nuevo Testamento, concretamente del Evangelio de San Lucas (capítulo 4, versículo 24), cuando Jesús lamenta la poca credibilidad que tiene entre sus coterráneos, cuando después de haberse preparado por 40 días en el desierto, regresó a Nazaret y en la sinagoga, como de costumbre, leyó las escrituras y anunció su cumplimiento. Los asistentes, que lo conocían desde pequeño, tomaron sus palabras como una herejía e intentaron lincharlo, pero pudo escapar de entre la multitud enardecida. Tras el episodio, Jesús dijo “Nadie es profeta en su tierra”. A partir de allí, salió a predicar y sanar enfermos a Cafarnaúm, donde fue escuchado y respetado.
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