Este curioso dicho se emplea popularmente cuando alguien se ausenta por unos momentos de algún lugar y al regresar otra persona ha ocupado su sitio. En sentido general, da a entender que la ausencia, aunque sea momentánea, puede ocasionar la pérdida de los privilegios o posesiones que se tenían, por lo que se aconseja no abandonar el puesto cuando hay personas que lo desean.
Esta expresión está basada en un hecho real. En 1453 fue nombrado arzobispo de Sevilla Alonso de Fonseca. En 1460 se queda vacante la sede de Santiago de Compostela, y la persona elegida como arzobispo compostelano es el sobrino del prelado sevillano. En aquel tiempo la situación en Galicia era tensa y de continuas disputas por lo que tío y sobrino acuerdan intercambiar por un tiempo las sedes hasta que la situación se normalizara. Cuando habían pasado cinco años y los problemas prácticamente ya habían desaparecido, Alonso de Fonseca conminó a su sobrino a volver a intercambiar sus sillas. Como su sobrino se negaba a abandonar Sevilla, hubo que recurrir a un mandamiento papal a la intervención del rey castellano y al ahorcamiento de algunos de sus partidarios. Ahí fue cuando se acuñó el dicho.
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