Esta locución significa fastidiar, exasperar, irritar o enojar a alguien hasta que pierda la paciencia o la tranquilidad y se enfade o se ponga muy nervioso y agitado.
El origen de esta expresión tiene que ver con el quicio, que es un gozne con punta que, actuando con una escuadra sobre un orificio, realiza un juego para que la ventana o la puerta puedan introducirse en un dintel o un umbral, lo que ahora llamamos bisagras. Es decir, es el lugar gracias al cual la ventana o la puerta pueden moverse y girar, y al mismo tiempo mantenerse en pie y en su lugar, de tal manera que cuando estas se sacan o salen del quicio se caen. Por lo tanto, simbólicamente se asocia el quicio a un orden o un estado natural. En consecuencia, metafóricamente, si alguien o algo nos saca de quicio es que nos ha sacado de nuestro estado natural, hemos perdido nuestro equilibrio y hemos acabado fuera de control. Esta expresión también tiene el mismo sentido que el verbo desquiciar.
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