Usamos esta expresión para describir el beneficio personal que sugiere una acción. Al expresarla solemos hacerlo para denunciar cuando alguien actúa con egoísmo en unas determinadas circunstancias, para definir un acto egoísta o interesado, un individualismo. En resumen la usamos para denunciar el acto de aprovecharse de circunstancias favorables o hacer un uso egoísta de determinada situación.
El origen del dicho parece surgir de la costumbre que existía en ciertos cortijos andaluces de dar a sus trabajadores un trozo de pan y una sardina, que ellos mismos debían asar junto al fuego. A mitad de la jornada, se hacía un breve parón para comer y reponer fuerzas antes de continuar con su trabajo. Previamente, se había encendido un fuego para crear ascuas. Cuando llegaban a la fogata, cada trabajador cogía las ascuas para arrimarlas a su sardina. Por lo que poco a poco el fuego se iba apagando y cuando llegaban los últimos o rezagados no tenían con qué cocinar su sardina y les arruinaban el almuerzo. Así que tuvieron que prohibir el uso de ese pescado para evitar altercados entre los trabajadores.
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