Este refrán se usa para recordarnos que alguien puede cambiar su apariencia física, su forma de vestir, de expresarse o incluso puede cambiar su nombre o nacionalidad, pero estos cambios no modificarán la esencia o la genética de esta persona. Cada uno es como es y no se puede ocultar o cambiar con mejoras meramente externas, no importa cuantas veces modifiques tu apariencia, siempre conservaras tu interior y mantendrás tu misma esencia. Hay cosas que, por mucho que intentemos esconder o disfrazar, siempre seguirán siendo como son,
Su origen tiene que ver con una fábula de Esopo (escritor griego del siglo VII a. n. e.), en la cual nos cuenta lo siguiente: Un faraón egipcio ordenó que varias monas aprendieran a bailar. Su maestro de baile les enseñó a dar varios pasos de baile, y cuando ya estuvieron listas las presentaron en público. Las vistieron muy elegantes de seda. Todo comenzó muy bien, y las monas bailaban al compás de la música. Sin embargo, alguien del público tuvo la ocurrencia de tirarles unas nueces. Al ver el alimento, los animales rompieron la formación y se fueron tras ellas. Entonces el público comenzó también a tirarles más nueces y todo acabó en un gran desastre: ya no bailaron, lo que les importaba era alimentarse. Después de esto termina diciendo Esopo que “aunque la mona se vista de seda, ¡en simple mona se queda!”
Esta idea de Esopo aparecerá también en otros escritores como Luciano de Samósata (Siria, siglo II), Erasmo de Róterdam (Países Bajos, siglo XV-XVI) y Tomás de Iriarte (Tenerife siglo XVIII) que también aludieron a esta frase en alguno de sus escritos.
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