Con esta expresión queremos señalar que alguien no se encuentra en el lugar donde se espera o donde debería estar, ya que al no estar presente se hace más notoria su ausencia. Es decir, se utiliza para referirse, con ironía, que algo o alguien destaca precisamente por no estar presente en determinada circunstancia.
En el pueblo romano era tradición que las familias ilustres cuando acontecía una muerte exhibieran ante la urna funeraria los bustos o retratos de todos los antepasados y parientes del fallecido a título de homenaje. Se realizaba unas efigies a partir de unas mascarillas de cera de los parientes difuntos para honrarles. Sin embargo, esta tradición no se respetó en el funeral de Junia, una dama romana de alta alcurnia, viuda de Casio y hermana de Bruto (asesinos de Julio César), ya que éstos ni estuvieron presentes, ni tampoco sus imágenes, como era usanza, pues estaba prohibido que los condenados por algún crimen o los enemigos de la patria pudieran comparecer, ni siquiera en efigie, en los funerales. En su momento todos comentaban la ausencia, luego supieron el motivo de la misma. Esta frase fue empleada por primera vez por el historiador Publio Cornelio Tácito para hacer referencia a dicho suceso. Durante el siglo XVIII el poeta francés André de Chenier puso de moda esta expresión con el sentido actual.
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