Esta frase hace referencia a la idea de olvidar deudas, errores y enfados y continuar como si nunca hubiesen existido, sin guardar rencor por ello. Es seguir la relación o el trato con esas personas tal como era antes de lo sucedido. Por extensión también se usa para dejar en claro que alguna cuestión ha terminado y que es la voluntad de quien dice este dicho de no ocuparse más de ella. También se emplea para expresar que se debe olvidar un error cometido y volver a intentarlo.
La frase tiene su origen en los monjes medievales encargados de escribir y copiar la documentación en pergaminos. Para ello usaban plumas con tinta de sepia mezclada con carbón. Y se dice que afilaban las cañas de las plumas para que no se deslizara ninguna gota de tinta. Ya que si pasaba eso, debían comenzar otra vez con la tarea, volviendo a copiar el manuscrito desde el inicio. Está claro que era una tarea que requería de mucha paciencia y minuciosidad.
Otra teoría indica otro origen en el ámbito de la contaduría. Como la tinta que se utilizaba para realizar las cuentas era indeleble, no había forma de corregir los errores. De esa manera no quedaba otra opción que hacer un borrón o mancha que indicara que lo borrado no era válido. Y se iniciaba nuevamente la cuenta.
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