Esta expresión se usa como una respuesta negativa a cualquier tipo de petición que realizan los pequeños o los más jóvenes de la casa a sus padres. Se les recuerda su corta edad o que son demasiado jóvenes o inexpertos para una determinada actividad y se les advierte que cuando sean económicamente autónomos podrán tomar una decisión u otra. Lo que sí está claro, es que uno no sabe qué responsabilidades y ventajas tiene el ser padre hasta que no lo vive en sus propias carnes. Es como si se les dijese: eres demasiado joven para hacer algo así o cuando seas más mayor ya harás lo que quieras.
Su origen lo encontramos en la época posterior a la Guerra Civil, cuando el hambre campaba por España y las familias pasaban hambre, más que en tiempos de guerra. Con el racionamiento, el hombre, que era quien en casa traía el jornal, tenía que comer para trabajar. La mujer y los niños, se apañaban con menos. Por eso si en una casa había gallinas y ponían huevos, esos huevos eran en primer lugar para el padre. Como es de esperar, los hijos, que solían tener una dieta más bien pobre y pasaban bastante hambre, a la que podían, solicitaban a su madre el tan preciado huevo. De ahí que éstas les contestasen con la famosa frase.
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