Esta expresión la usamos para referirnos a alguna persona que es extremadamente fea. Es la fealdad por antonomasia.
Francisco Picio fue un pobre zapatero de Alhedín (Granada) que a finales del siglo XVIII fue condenado a muerte por una riña de taberna que acabó con un muerto por un navajazo y lo señalaron como culpable. Justo en el momento que se encontraba a punto de recibir el castigo, ya en capilla, le comunicaron que su pena había sido revocada, tras demostrarse su inocencia. Parece ser que la impresión que le produjo el recibir la buena noticia, junto al estrés y la ansiedad, ya que le esperaba la muerte, le afectaron de tal manera que en los siguientes días le provocó una serie de cambios en su rostro. Perdió todo el pelo, las pestañas y las cejas incluidas, y le empezaron a salir bultos y quistes por la cabeza y la cara que deformaron su fisionomía de forma atroz. Su nuevo aspecto llamaba la atención de todas las personas que se cruzaban con él y tuvo que enfrentarse con el desprecio de la gente y con ser objetivo de todas las miradas. Todo ello le cambió la vida y al no soportarlo huyó de su pueblo. Trató de esconderse, primero en Lanjarón y finalmente en la propia capital, en Granada. Allí, malviviendo, le llegó la muerte poco después.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada