Este refrán nos recomienda que al recibir un regalo, se debe adoptar una actitud de satisfacción, alegría y agradecimiento, incluso aunque no sea de nuestro agrado. Hay que evitar la descortesía que supone analizar exhaustivamente la calidad del obsequio, por tanto no se debe de buscar defectos, aspectos negativos, ni criticar el mismo. Todo lo contrario hay que recibirlo con agrado y agradecerlo por el gesto.
Este proverbio tiene su origen en las ferias de ganado, durante la compraventa de caballos. Esta era una actividad esencial, y como no había documentos oficiales que certificaran la edad de un equino de manera precisa, era recurrente que se intentara vender animales enormes tal y como si fuesen mucho más jóvenes. Pero los expertos empleaban un método para calcular con bastante aproximación la edad de los caballos ya que les miraban la dentadura, porque ésta se acaba desgastando conforme el caballo va cumpliendo años. De esta manera, podían conocer cosas como la edad, la salud, procedencia, el tipo de dieta que ha llevado… Es decir, básicamente podían valorar al animal solo mirándole los dientes.
Si alguien tenía la fortuna de que le regalaran uno, estaba muy mal visto que le mirara los dientes.
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