Esta locución verbal significa no tener éxito o no conseguir lo que uno pretende o se propone. Aunque está especialmente dirigido a los asuntos amorosos con el sexo opuesto referido a cuando alguien no tiene ningún éxito con respecto a sus pretensiones amorosas y/o sexuales.
Su origen está en las fiestas que se celebran por San Isidro en Madrid a mediados del mes de mayo. Era común que todos fueran vestidos de chulapos y chulapas y se reunieran en la Ermita de San Isidro situada en la Pradera que lleva su mismo nombre. Para intentar sacar a bailar a alguna chica, los chicos ofrecían alguna rosquilla. Si ellas aceptaban se entendía que aceptaba al regalador, con el que comenzaba su galanteo bailando con él. Si la chica no aceptaba su ofrecimiento (la rosca) significaba que no le gustaba el chico y que no quería salir con él. Así, a todos aquellos que intentaban pretender a alguna chulapa pero no lo conseguían porque ésta no aceptaba su ofrenda, se les decía que “no se comen ni una rosca”, en referencia a la rosquilla utilizada para ligar con alguna muchacha. Otra costumbre similar que existía en las fiestas tradicionales de los pueblos era obsequiarse unos a otros con roscas, sobre todo ellas, que las hacían y se las regalaban al joven que les gustaba. Este regalo llevaba implícito un mensaje de insinuación amorosa. Si el joven correspondía al obsequio comiéndose su rosca, daba a entender que aceptaba y comenzaba el cortejo. Si un joven no había sido elegido por ninguna muchacha, “no se comía una rosca”.
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