Usamos esta expresión para indicar que una situación (una discusión o una pelea) no es tan grave, dura o violenta como parecía que iba a ser. Se da en ciertas coyunturas conflictivas que no pasaron a mayores, pues a pesar del enfrentamiento no se llegó a niveles de violencia y, afortunadamente, todo quedó en el terreno de la discusión.
Su origen proviene de aquellas batallas que se libraban cuerpo a cuerpo. En algunos casos, esas batallas tenían lugar cerca de ríos, que eran una primera defensa natural de los territorios y las ciudades. A veces, las batallas se tornaban tan feroces que el derramamiento de sangre era tal que ésta podía extenderse por todo el campo de batalla, incluso llegando hasta las aguas de un río cercano que durante un espacio de tiempo se teñía de rojo por la sangre. Cuando esto ocurría, no quedaban dudas de que la contienda había sido despiadada. En caso contrario, es decir, si la batalla no había resultado cruenta se pronunciaba esta expresión.
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