Esta locución indica absurdo, desorden o desconcierto en una argumentación o idea y hace referencia a la falta de coherencia, especialmente en un discurso que al final impide su comprensión.
Esta analogía entre la unidad de las partes del cuerpo humano y la idea de la coherencia en un discurso tiene su origen en la antigua Grecia. Ya Platón en el “Fedro”, afirmaba que “todo discurso debía tener una composición a la manera de un animal, con un cuerpo propio, de tal forma que no carezca de cabeza ni pies, y tenga una parte de central y extremidades, escritas de manera que se correspondan unas con otras y con el todo”. Después sería recogida por autores romanos como Plauto y Cicerón y desde ellos llegaría hasta nuestra lengua.
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