Esta expresión se usa para indicar que alguien se ha dado cuenta y ha reconocido que estaba errado en alguna cuestión que, hasta aquel momento, había defendido creyendo estar en lo cierto. Es decir, convencerse por fin de que uno ha estado uno en un error y reconocerlo. Precisamente esa terquedad, tozudez y empecinamiento están simbolizados en el burro.
Esa analogía entre convencerse de un error y el animal equino proviene de un pasaje bíblico (Hechos de los Apóstoles 9, 1-9) donde se explica la conversión de Saulo (San Pablo), un fariseo que dedicó parte de sus años de juventud a la persecución de los primeros seguidores de Jesucristo y uno de los testigos de la lapidación y muerte de San Esteban. En ese pasaje, Saulo partió hacia Damasco con intención de perseguir y apresar a aquellos que siguieran a Jesús de Nazaret. Cuando iba cabalgando hacia su destino una luz cegadora, que provenía del cielo, provocó que cayera al suelo, mientras una voz celestial le preguntaba por qué lo perseguía. Ese fue el hecho por el que Pablo (Saulo) se convirtió en uno de los más fieles seguidores y apóstoles de Jesús, dándose cuenta del error en el que había estado hasta entonces y evangelizando las palabras y obra del profeta durante el resto de su vida.
Cabe destacar que existen otras locuciones como “Poner a alguien a caer de un burro”, en la que la intención es criticar a alguien y que se originan a raíz de la mencionada expresión, aunque cambia su sentido.
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