Se utiliza esta expresión para referirse a la ignorancia y/o credulidad que, inocentemente, muestra alguien sobre un asunto. Esa inocencia provoca que a alguien se le pueda engañar fácilmente, por lo que otros apuntan que por esa razón son personas que no tienen experiencia y que les falta madurar. También se usa en el sentido de que alguien no se está creyendo una mentira que le están contando, ya que es una persona con mundo y experiencia y sabe captar los engaños.
Su origen proviene del mundo rural. Hace mucho tiempo, existía la divertida costumbre de gastar una broma a los más ingenuos indicándoles que se subieran a un guindo para recoger sus frutos. Hay que aclarar que un guindo es un árbol frutal que puede alcanzar una altura a partir de los cuatro metros pero sus ramas suelen ser muy bajas y endebles, por lo que es muy fácil subirse a él pero también caerse del mismo (debido a la fragilidad de las ramas que no aguantan el peso de una persona). Así pues, el hecho de que alguien de forma inocente subiera a un guindo y acabase cayendo al suelo originó la expresión con la que se indica la credulidad de un individuo respecto a algo.
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