Utilizamos esta expresión cuando alguien se queda callado ante una pregunta (normalmente un niño) incitándole a que nos conteste. También se usa cuando alguien se queda callado intentando buscar la respuesta a una pregunta, o incluso cuando no se quiere contestar.
Hay varias teorías sobre su origen. Una sostiene que proviene de una antiquísima leyenda proveniente de los ambientes náuticos en los que, según la creencia popular, en los mares vivía un mitológico ser en forma de un gigante gato de nueve colas el cual era el responsable de los temporales y naufragios. Para evitarlo, según dicha creencia, los marineros debían navegar callados y con la boca cerrada, con el fin de no llamar la atención del enfurecido animal.
Otra nos cuenta que antiguamente existía un castigo (en diferentes épocas y lugares) que consistía en cortar la lengua a alguien que había cometido un delito y ésta se le echaba de comer a los gatos.
Y finalmente que en el Medievo se usaba como una amenaza para que alguien se mantuviera en silencio, ante la creencia de que las brujas de la época se dedicaban a arrancarlas y dárselas de comer a sus domésticos mininos.
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