Esta expresión la usamos cuando al preguntar algo a alguien recibimos la callada por respuesta o cuando esa persona hace caso omiso a lo que se le está diciendo. También cuando pedimos que alguien realice algo que se queda sin hacer.
Aunque no hay mucha literatura sobre su origen, se dice que en tiempos de Juan II de Castilla (1406-1454), residía en Sahagún (León) un judío converso, casado con una mujer llamada Catalina, a la que le gustaba tanto el arroz que lo consumía a diario, y no solo eso, sino que lo recomendaba a todos como el remedio ideal para cualquier indisposición, como si de una panacea se tratara. Un día Catalina cayó enferma y como rechazara todo tipo de medicamentos que intentaban darle, le preguntaron si quería tomar un poco de arroz, ya que sentía tanta debilidad por él. No contestaba nada, ya que se encontraba en un estado muy grave y no le quedaban fuerzas ni para responder a la pregunta, o si lo hacía era con monosílabos ininteligibles. Repitieron varias veces la pregunta sus seres más queridos, durante el tiempo que duró la enfermedad, haciéndolo en voz alta y diciendo: “¡Que si quieres arroz, Catalina!”. Pero Catalina parecía que hacía oídos sordos y no respondía y así falleció sin responder.